La resonante frase de “Somos lo que comemos” es una simple y profunda manera de entender que si nos alimentamos bien, estaremos bien; afirmando que los alimentos tienen una gran influencia sobre nuestra salud en todo su dominio. A través de la neurociencias, estudiamos las profundas conexiones que poseen todos los sistemas que conforman nuestro cuerpo; así, una emoción puede afectar el funcionamiento de los intestinos, como también un alimento puede afectar nuestro sistema endocrino y sus glándulas.
El creciente y preocupante aumento de enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión arterial, cáncer, hipotiroidismo, alergias, autismo, depresiones, etc., pone de manifiesto que aún cuando la medicina se enfoca en ocultar los síntomas, nuestro cuerpo sigue esforzándose para erradicar el origen de la enfermedad; y no es casualidad que la mayoría de estas patologías auto construidas tienen en común un desarreglo funcional y anatómico en el sistema digestivo. Es muy raro encontrar personas enfermas con el sistema digestivo sano, como también es casi imposible encontrar personas sanas con el sistema digestivo enfermo. Es aquí donde toma una gran importancia la recuperación de la salud digestiva.
Durante miles de años y en la mayoría de las culturas del mundo, el uso de fermentos probióticos y de ayunos digestivos fueron piezas claves de los pueblos para mantenerse saludables. La microbiota intestinal está formada por miles de millones de microorganismos de distintos reinos: moneras (bacterias), protístas (parásitos), fungis (hongos), archeas y virus, quienes son los esenciales aliados para la digestión de nuestros alimentos; ya que este proceso de reducir el tamaño de lo que comemos para luego poder absorber los nutrientes, dependen del equilibrio de estas filiales de pequeños seres que nos habitan en todo el cuerpo. Con el abuso de antibióticos y otros medicamentos se va diezmando fuertemente la microbiota, incluso 1 o 2 años después de haberlos utilizado. Hablar de microbioma implica conocer los distintos tipos de microbios que nos ayudan a vivir en armonía con el ambiente; y así en cada parte de nuestro cuerpo, tanto dentro como fuera, existen diferentes combinaciones de bacterias que nos ayudan a permanecer sanos.
Las enfermedades como el SIBO (por sus siglas en inglés “small intestine bacterial overgrowth”) que significa “sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado”, o LIBO, “sobrecrecimiento bacteriano del intestino grueso”, se ven en la mayoría de las personas. A través de estudios de heces se pueden identificar con mucha precisión cuales de estas familias bacterianas están en sobrecrecimiento y cuales están por debajo de lo normal y así poder prescribir alimentos, pre y probióticos, que ayuden a limitar o aumentar cada filial bacteriana y poder erradicar este molesto cuadro clínico.
Los síntomas de la falta de salud digestiva van desde intolerancias alimentarias, intestinos permeables (condición inflamatoria intestinal con pérdida de la capa mucosa y ruptura de la uniones ínter celulares de los enterocitos), dispepsias, inflamaciones, estreñimiento, diarrea, etc. En el caso del intestino permeable, este daño es la puerta de entrada de sustancias no reconocibles para nuestra inmunidad (lipolisacáridos de las membranas de las bacterias), que inducen a nuestro sistema inmunológico a desarrollar un sinfín de enfermedades locales, metabólicas y alérgicas. No atender a estas disfunciones hace que la mayoría de los tratamientos sean ineficaces, frustrantes y costosos para quienes las padecen.
En los cursos y talleres que brindamos, damos todas las herramientas teóricas y prácticas para que las familias puedan acceder a estos probióticos con recetas caseras y de bajo costo, y así desde la comodidad del hogar poder lograr una buena salud digestiva a partir de la preparación e incorporación de fermentos como el kefir, el kombucha, el kimchi, el chucrut, los quesos vegetales, las ciruelas umeboshie, el rejuvelac, etc. Estos alimentos probióticos deben utilizarse con un criterio clínico y terapéutico, a partir de un abordaje completo, ya que no basta con solo prescribirlos sino que el profesional debe, en base a lo observado en la consulta clínica y sumando aspectos generales y particulares de cada persona, recomendar aquellos fermentos más aptos para cada caso particular. Más de una vez el tratamiento con fermentos resulta ser complejo y engorroso cuando no se tiene criterio ni experiencia.
Hoy en día y con el aumento de información libre que hay en el internet, vemos a muchas personas que sin formación ni experiencia dan fermentos como si fueran la panacea para nuestros desarreglos intestinales y muchas veces, luego de la incorporación de estos alimentos en la dieta, resulta que las personas empiezan a tener más y peores síntomas que antes de usarlos. Lo mismo sucede con las frutas, los cereales integrales, las legumbres y las fibras alimentarias: aquellas personas que no están acostumbradas a estos alimentos podrán experimentar inflamaciones y diarreas, malestares generales, etc. Es por ello que en este espacio brindamos herramientas y experiencia para reducir el daño de las malas prescripciones alimentarias y sucedáneos a la alimentación.
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